Las rebeliones que se iniciaron en Argelia, que derribaron a los autócratas y déspotas que durante décadas oprimieron a los pueblos de Túnez y Egipto y que tienen réplicas en otros países del África y el Medio Oriente, siguen avanzando. Ahora se han instalado en Libia. Los imperialismos estadounidense y europeo ven caer a sus personeros y ven como se debilita su presencia en la región.
Sin embargo Libia no es totalmente asimilable al resto de los países del norte africano, como tampoco lo es la dirección de la insurrección en curso. Esto provoca controversias en el momento de definir una posición política. Efectivamente existe un intento del imperialismo de expropiar la rebelión popular, pero esto no puede implicar mecánicamente el apoyo a Gadafi.
El imperialismo quiere sustituirlo por sus propios agentes y utilizar el repudio que existe contra el sanguinario dictador para crear un gobierno afín a los intereses de las grandes compañías petroleras. Con este objetivo Estados Unidos puso en marcha un cerco diplomático (por medio de la ONU) y una amenaza de intervención militar (de la OTAN), que no instrumentó en Túnez o Egipto y que ni se le ocurre aplicar a sus aliados, reyezuelos o títeres de Yemen, Barein, Marruecos, Jordania, Omán o Arabia Saudí. Si no lo logra contemplará otras variantes como la secesión del país.
A pesar de estas amenazas no debemos olvidar quién es Gadafi. En sus orígenes no fue una marioneta dirigida por control remoto por el imperialismo y sí fue un aliado de los movimientos antiimperialistas del mundo, también un declarado anticomunista. Con la nacionalización de la renta petrolera desarrolló la economía y mejoró sustancialmente las condiciones de vida de su población basándose en grandes subsidios y a la importación de alimentos.
Con el final de la Guerra Fría y el agotamiento de la política de enfrentamiento entre los dos grandes bloques Gadafi dejó de ser importante en la región. Salvo porque Italia, Francia y España son los principales compradores de su petróleo que, privatizado, se disputan varias compañías imperialistas (Total, Shell, Eni, entre otras), o por las enormes inversiones que tiene en la Fiat de Italia, en constructoras de España, en la industria de armamentos en Inglaterra o en la banca europea.
Desde entonces su política en la región se tornó cada día más reaccionaria respaldando a dictadores como Ben Alí y Mubarak y se reconvirtió en una pieza más de la política de Israel y Estados Unidos. Paralelamente, y sobre todo desde 2003, inició un proceso de concesiones económicas (apertura y ajuste estructural de la economía, eliminación de subsidios, facilidades a las inversiones extranjeras y al capital financiero), que impactaron en las condiciones en que hoy viven y reproducen su existencia los trabajadores y sectores populares libios.
Esto duró lo que duraron sus bases de apoyo internacionales: Por un lado el debilitamiento de la hegemonía estadounidense y del Estado italiano, la recesión económica internacional, el aumento del precio de los alimentos. Por el otro las insurgencias democráticas en sus fronteras occidental y oriental rompieron el frágil equilibrio de Gadafi.
Esta fue la base del estallido. Que partió del eslabón más débil, la Cirenaica, y de las tribus nómades y se propagó a los trabajadores y las clases medias urbanas empobrecidas. En esa rebelión se mezclan agentes de EEUU, monárquicos, sectas fundamentalistas, nacionalistas nasseristas, burgueses que quieren su parte del botín del Estado, obreros del petróleo y la industria química, estudiantes universitarios que no tienen trabajo ni perspectivas, mujeres educadas por la alfabetización que Gadafi promovió, oficiales y soldados hartos del despotismo y la corrupción. El proceso es muy confuso y es evidente que hay sectores manipulados por los EEUU.
Gadafi llama a la unidad nacional contra los enemigos de afuera mientras promete una matanza a los enemigos de adentro. Pero también la intervención militar que preparan Estados Unidos y los gobiernos europeos ante la posibilidad de una guerra civil provocará más muertos y hambre desatando un proceso que puede encender la adormecida mecha del nacionalismo antiimperialista árabe.
Frente a esta perspectiva quienes no vemos el curso de la historia solamente como un enfrentamiento entre sectores “nacionales” y “proimperialistas”, sino desde una posición de independencia de clase y defensa de los intereses de explotados y oprimidos ante todos sus opresores y explotadores, nacionales o extranjeros, llamamos a discutir lo que está sucediendo en Libia y en toda la región azotada y expoliada por regímenes despóticos y autoritarios.
Nos oponemos al saqueo del petróleo que se prepara. Alertamos contra las maniobras en curso para sustituir a un tirano por otro servidor de las grandes potencias. Convocamos a la autodefensa de los trabajadores, a la reorganización de la economía sobre nuevas bases y a la resistencia contra todos los actos del imperialismo a las puertas de las revoluciones tunecina y egipcia.
Quienes firmamos esta declaración defendemos la autodeterminación de los pueblos y estamos a su lado frente a todo tipo de intervención imperialista. Repudiamos la reciente declaración de las Naciones Unidas y llamamos a la más amplia solidaridad antiimperialista y antidictatorial con el pueblo libio y el conjunto de las masas árabes .
La Asamblea de los movimientos sociales reunida en el Foro Social Mundial en Dakar resolvió “…una jornada mundial de movilización en solidaridad con la revolución en el mundo árabe” para el próximo 20 de marzo (fecha elegida por que es el aniversario de la invasión a Irak en 2003). Unamos nuestros esfuerzos a esta jornada mundial
Buenos Aires, febrero 27 de 2011
miércoles, 2 de marzo de 2011
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